Nació en San Justo, Buenos Aires, el 13 de mayo de 1854, hijo de Vicente Palacios y Jacinta Rodríguez. A los cinco años murió su madre y quedó a cuidado de sus abuelos.
Ya adolescente quiso dedicarse a la pintura, pero la negativa del gobierno a darle una beca para estudiar en Europa lo disuadió.
Aunque no tenía título oficial ejerció como docente en la Capital Federal y más tarde en pueblos de la campaña bonaerense como Mercedes, Salto, Trenque Lauquen y otros. Fue luego director de una pequeña escuela que visitó Sarmiento, felicitándolo por su esforzada labor. A pesar de ello renunció, yendo posteriormente a trabajar a la Cámara de Diputados y a la Dirección de Estadística de la Provincia de Buenos Aires.
En La Plata escribió para el diario Buenos Aires. Se trasladó a la Capital, regresando poco después a La Plata para ejercer la dirección del diario El Pueblo. Allí comenzó a firmar sus artículos y poemas como Almafuerte, seudónimo con que en adelante se le conocería. A poco regresó a la escuela de Trenque Lauquen de la que fue cesanteado.
Vuelto a La Plata vivió en la soledad y en la pobreza, a veces extrema. Sin embargo rechazó algunos cargos que le ofrecieron por su confesada aversión a la burocracia. A pesar de su situación económica adoptó a cinco niños a los que cuidó y protegió como propios.
Polémico, intemperante y a veces ofensivo, toda su vida fluctuó de un estado
anímico a otro: exaltado, desalentado, tierno, colérico, displicente o apasionado, su obra está signada por éstas y otras variantes de su temperamento que no obstante denota una vigorosa y rica personalidad. No era, quizás por falta de estudio, un poeta de alta escuela y solía decir de sí mismo que no era un literato sino un predicador .
En cuanto a su obra, es unánimemente reconocida la división que hiciera de ella Ricardo Rojas: un tomo para sus Poesías, otro para las Evangélicas y un tercero para sus Discursos.
Las Evangélicas son una suerte de sentencias breves, directas indiscutidas por su tono, que revelan imaginación y perspicacia y se refieren a asuntos cotidianos.
Los Discursos oscilan entre la intención romántica y un estilo casi clasicista, arcaico. Carecen de la habitual espontaneidad de Almafuerte y ello los convierte en piezas densas con frecuente exceso discursivo.
Las Poesías son lo más trascendente de su producción. Han merecido juicios dispares ya que es imposible encuadrarlas en estilo o escuela algunos. De ellas dice Borges: “Los versos de Almafuerte que Carriego nos recitó, me revelaron que podían ser también una música, una pasión y un sueño.” Añadiendo mas adelante: “Los defectos de Almafuerte son evidentes y lindan en cualquier momento con la parodia: de lo que no podemos dudar es de su inexplicable fuerza poética.”. A la vez su eminente y laureado contemporáneo Rubén Darío ha escrito: “Halla con frecuencia la palabra propia, por lo mismo que huye del artificio y porque ha sido y es un estudioso, dice lo que quiere porque dice lo que siente.” Estas opiniones nos eximen de más comentarios. De sus poemas más logrados pueden citarse El Misionero, Jesús, A la sombra de la Patria, Siete sonetos medicinales y Cristianas, entre otros.
José Luis Toledo